La escena se repetía casi cada día. En la terraza de siempre, en el restaurante dónde mi padre, tras darse un baño, se sentaba a comer.Mientras, los demás nos dábamos los últimos baño, jugábamos a las palas y disfrutábamos del clima siempre amable de La Playa de las Canteras. Si, probablemente la mejor playa de ciudad del mundo.
Pero bueno, no he venido aquí a hacer apología de mis islas, aunque no está de más decir que es un enorme privilegio poder bañarse tan cerca de casa en cualquier época del año y que es un lugar para visitar no una, si no mil veces.
Pero a lo que iba, mientras subía a la avenida, apareció junto a mi padre, una figura conocida. Un amigo suyo venía a pasar unos días con nosotros, se me había olvidado. A lo lejos observé su pinta, muy de Madrid, tan alejada del look canario. Pantalones beige, naúticos, camisa y chaqueta. El único detalle que dejaba entrever que estaba de vacaciones eran unas discretas gafas de sol de aviador que, a pesar de tener, seguramente, más de 30 años, volvían a estar de moda.
Secándome rápidamente, me puse la camiseta y subí a saludarles. Nos sentamos y, tras empezar a pedir, el camarero sin previo aviso, nos puso la botella de vino tinto de cada día. La de la casa.
El amigo de mi padre, mirando la botella, exclamó: «Fan-tástica elección, Luis Cañas, 94 puntos en la guía Parker…»
Mi padre y yo, que ya le conocemos, nos quedamos en silencio, sin saber qué más añadir salvo que era el vino que nos gustaba y listo. Y si, nos gustaba y mucho, igual que a nuestro amigo que, tras unos momentos de duda, pasó a enumerarnos las diferentes puntuaciones, tantode la mencionada guía como de otras menos famosas.